30/3/11

JESUCRISTO SE ENTREGÓ POR ENTERO A LOS DOLORES Y A LA MUERTE


Todo es perfecto en el sacrificio de Jesús: el amor que lo inspira y la libertad con que lo ejecuta. Perfecto también en el don ofrecido: Jesucristo se ofrece a Sí mismo.
Jesucristo se ofrece a Sí mismo y de manera total: su alma y su cuerpo quedan abrumados, quebrantados, de tanto dolor: no existe dolor desconocido a Nuestro Señor. Al leer el Evangelio con atención se ve que los sufrimientos de Jesucristo de tal modo fueron dispuestos que alcanzaron a todos los miembros de su sagrado cuerpo, y que todas las fibras de su corazón quedaron desgarradas por la ingratitud de las turbas, el desamparo de los suyos y los dolores de su Santísima Madre, y que su alma bendita sufrió cuantas afrentas y humillaciones pueden abrumar a un hombre. Se cumplió a la letra en Jesucristo aquel vaticinio de la profecía de Isaías: "Se pasmaron muchos al verlo; tan demudado estaba... que no tenía figura ni belleza para fijarnos en Él..., nos pareció un leproso, completamente desfigurado... "
En la agonía en el Huerto de los Olivos, Jesucristo, que no exagera, declara a sus apóstoles que su alma “está triste hasta la muerte” . ¡Oh, qué abismo insondable! Un Dios, Poder y Gloria infinitos, "comenzó a sentir temor, angustias y tristeza” . El Verbo Encarnado conocía todos los sufrimientos que sobre Él iban a descargarse en aquellas largas horas de su Pasión; esta visión producía en su naturaleza sensible todo el efecto que una simple criatura pudiera sentir ante un revulsivo- su alma veía clarísimamente en la divinidad a la que estaba unida todos los pecados de los hombres, todos los ultrajes a la santidad y al amor infinito de Dios.
Se había cargado con todas esas iniquidades, se había como revestido de ellas y sentía sobre
Sí el peso de toda la cólera de la justicia divina: “Soy gusano, que no hombre, oprobio humano y de la plebe mofa” . De antemano veía que su sangre se derramaría en vano para muchos hombres, y este pensamiento llevaba a su colmo la amargura de su alma santísima. Pero, como hemos visto, Jesucristo lo aceptó todo. Ahora se levanta, sale del Huerto, y va al encuentro de sus enemigos.
Aquí comienza para Nuestro Señor esa serie de humillaciones y padecimientos de los que casi no podemos intentar hacer una descripción. Vendido por el beso de uno de sus discípulos, maniatado por la soldadesca como un fascineroso, se lo llevan a la casa del sumo sacerdote. Allí, entre tantas acusaciones falsas que profieren contra Él, Jesús "callaba" .
Sólo habla para proclamar que es el Hijo de Dios: "Tú lo has dicho, Yo soy” . Ésta es la confesión más solemne que se hizo jamás de la divinidad de Jesucristo: Jesucristo, Rey de los mártires, muere por confesar su divinidad, y todos los mártires darán su vida por la misma causa.
Pedro, cabeza de los apóstoles, había seguido de lejos a su Divino Maestro; le había prometido que no lo abandonaría jamás. ¡Pobre Pedro! Negó tres veces a Jesús. Ésta fue, a no dudarlo, una de las más hondas penas que nuestro Divino Salvador pasó en aquella espantosa noche.
Los soldados que custodian a Jesucristo lo injurian y lo maltratan, y al no poder resistir aquel mirar tan dulce, le vendan los ojos por escarnio, le dan insolentes bofetadas y aun se atreven a ensuciar de modo vil con su inmunda saliva aquel rostro adorable, espejo en el que se miran los ángeles con fruición indecible.
Nos dice después el Evangelio cómo muy de mañana fue conducido de nuevo Jesús ante el sumo sacerdote y llevado de tribunal en tribunal. Y aunque es la Sabiduría eterna, Herodes lo trata como a un loco, Pilato dio órdenes de azotarlo, los sayones golpean sin piedad a su inocente víctima, cuyo cuerpo se convierte rápidamente en una llaga. Y a pesar de todo, a aquellos hom­bres, que no tienen nada de tales, no les basta esta inhumana flagelación: clavan en la cabeza de Jesús una corona de espinas y lo llenan de insultos y befas.
El cobarde gobernador romano se figura que el odio de los judíos quedará ya satisfecho al ver a Cristo en tan lastimoso estado; lo presenta a las turbas y les dice: "¡He ahí al hombre!" Con­templemos en este momento a nuestro Divino Maestro sumido en un piélago de afrentas y dolo­res, y pensemos también que el Padre nos lo presenta y nos dice: “Ved a mi Hijo, el resplandor de mi gloria, pero al que herí por el crimen de mi pueblo...”
Jesús oye la gritería del populacho furioso que lo pospone a un bandolero, y en pago de tan­tos beneficios como le ha hecho, pide a voces su muerte: “¡Crucficalo, crucifícalo!”
Ya se ha pronunciado la sentencia de muerte, y Jesucristo, tomando su pesada cruz sobre sus hombros, se dirige hacia el Calvario. ¡Cuántos dolores lo aguardan todavía! La presencia de su Madre, a la que profesa tan acendrado amor y cuya inmensa aflicción conoce Él mejor que na­die, el verse despojado de sus vestidos, el sentir taladrados sus pies y manos y la sed que lo abra­sa. Luego las burlas y sarcasmos de odio de sus mortales enemigos: “Tú que destruyes el Tem­plo de Dios, sálvate a ti mismo y creeremos en ti... Salvó a otros y a sí mismo no puede salvar­se”. Finalmente, el abandono de su Padre, cuya santa voluntad había cumplido siempre: "¡Pa­ dre!, ¿por qué me has desamparado?”
Verdaderamente bebió el cáliz hasta las heces, y cumplió, sin faltar una tilde ni el más leve de­talle, cuanto de Él estaba vaticinado. Por eso al quedar todo cumplido, cuando ha apurado hasta el fondo el cáliz de todos los dolores y de todas las humillaciones, puede exhalar su “ Todo está acabado” . Sí, en verdad, “todo se acabó", sólo falta ya poner su alma en manos del Padre: “E inclinando la cabeza, entregó el espíritu".
Al leernos la Iglesia en los días de Semana Santa el relato de la Pasión, lo interrumpe en este lugar para adorar a Dios en silencio. Siguiendo su ejemplo, prosternémonos reverentes y adore­mos al Crucificado que acaba de expirar; verdaderamente es Hijo de Dios: Verdadero Dios de Dios verdadero. Sobre todo, el Viernes Santo tomemos parte en la adoración solemne de la Cruz, para reparar, conforme lo quiere la Iglesia, las ofensas sin cuento de que fue agobiada por sus enemigos la Divina. Víctima. Mientras se realiza esta ceremonia conmovedora, la Iglesia pone en boca del Salvador inocente los improperios a modo de triste lamento; directamente se aplican al pueblo deicida; nosotros podemos escucharlos en un sentido enteramente espiritual y despertarán en nuestras almas vivos sentimientos de compunción: “ Pueblo mío, ¿qué te hice yo? O, ¿en qué te he contristado? Respóndeme. ¿Qué más debí hacer por ti, y no lo hice? Yo te planté como mi viña más hermosa, y tú me has salido muy amarga, pues has saciado mi sed con vinagre y has taladrado con una lanza el costado de tu Salvador... Por ti flagelé yo a Egipto con sus primo­génitos y tú me has entregado al azote. Yo te saqué de Egipto, hundiendo al Faraón en el Mar Rojo, y tú me has entregado a los príncipes de los sacerdotes. Yo abrí ante ti el mar, y tú has abierto con una lanza mi costado... Yo fui delante de ti en la columna de nube, y tú me has llevado al pretorio de Pilato... Yo te alimenté con maná en el desierto, y tú me has herido con bofetadas y azotes... Yo te di un cetro real, y tú has dado a mi cabeza una corona de espinas. Yo te exalté con gran poder, y tú me has suspendido en el patíbulo de la Cruz”.
Estas quejas de un Dios padeciendo por los hombres deben mover nuestros corazones; uná­monos a esta obediencia llena de amor que lo llevó hasta el sacrificio de la cruz: "Hecho obe­diente hasta la muerte, y muerte de cruz". Digámosle: "¡Oh, Divino Redentor, que tanto sufris­te por amor nuestro! De hoy en más te prometemos hacer cuanto podamos para no pecar ya; haz, por tu gracia, que, muriendo, oh Maestro adorado, a todo lo que es pecado y apego al pe­cado y a la criatura, vivamos únicamente para Ti”.
Porque, como dice San Pablo, "el amor que Cristo nos demostró al morir por nosotros, de tal modo nos apremia que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que por ellos murió" (II Corintios, V, 15).
 Dom COLUMBA Marmión, O.S.B. en su obra “Jesucristo en sus misterios”

Tomado de STAT VERITAS

18/3/11

ENTRONIZACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS EN EL HOGAR

I. PREPARACION PARA LA ENTRONIZACION.



Cuanto más importante y mejor sea la preparación de la ceremonia de la entronización, más abundantes también

Se elige para la ceremonia de la entronización un día que tenga especial significación para la familia (aniversario de casamiento, por ejemplo) o una fiesta litúrgica apropiada, o toda fecha que permita al sacerdote estar presente, si es posible.



serán las gracias y las bendiciones derramadas sobre las familias. Esta preparación puede extenderse a tres días (triduo) o a nueve (novena). Puede consistir en la recitación de las Letanías del Sagrado Corazón, acompañadas, por ejemplo, de la oración siguiente:


ORACION PREPARATORIA (durante 9 o 3 días)


Divino Corazón de Jesús, ven a nuestra casa, porque nosotros Te amamos. Entra en ella como antes entraste en la casa de Tus amigos de Caná y de Betania y del publicano Zaqueo. Queremos poner nuestra vida de familia bajo Tu conducción y llevarla en íntima unión contigo.


Sagrado Corazón de Jesús, Tu eres nuestro más fiel amigo. Nadie nos ha amado jamás como Tú. Queremos amarte por los que no Te aman. Como Tú eres nuestro Dios y nuestro Salvador, también eres nuestro Señor y nuestro Rey. Pues si tantos hombres desprecian Tu Reinado, nosotros queremos tenerte en nuestra familia. Tomarás posesión de este hogar donde reservamos un lugar de honor para Ti. Allí establecerás Tu trono.


Haz que el día de Tu entronización en nuestra familia sea para Ti y para nosotros un día de alegría y el principio de una vida de intimidad y de sumisión a Ti. Todos nuestros pensamientos y todas nuestras acciones deben ser acordes con tu santa Ley.


Queremos hacer morir el amor desordenado de nosotros mismos y amar a nuestros semejantes como Tú nos has amado y nos sigues amando siempre.


Viviendo en un mundo que se ha vuelto en gran parte pagano y que no Te conoce más, divino Corazón de Jesús, Te pedimos la presencia de Tu gracia entre nosotros, la caridad de los primeros cristianos, de los apóstoles y de los mártires. Que por este hogar que quiere pertenecerte enteramente, otros hogares se inflamen de Tu caridad y que así, de familia en familia, el universo entero se someta a Tu Reinado.


Corazón Inmaculado de María, perfecto modelo de abnegación a Jesús y de intimidad con El, extiende y fortifica en nuestros corazones y en nuestras familias el reino de la caridad, el reino del Sagrado Corazón de Jesús. Amén.






II. CEREMONIAL DE LA ENTRONIZACION


1.- Bendición de la casa o del departamento. (ad libitum)


Si la casa o el departamento no está todavía bendecida, el sacerdote entonces procede primero a su bendición.




V. Adjutorium nostrum in nomine Domini (Nuestro auxilio está en el nombre del Señor)


R. Qui fecit cælum et terram. (Que hizo el cielo y la tierra)


V. Dominus vobiscum. (El Señor esté con vosotros)


R. Et cum spiritu tuo. (Y con tu espíritu)




Oremus:


Bene†dic Domine, Deus omnipotents, Domum istam: ut sit in ea sanitas, castitas, victoria, virtus, humilitas, bonitas, et mansuetudo, plenitudo legis, et gratiarum actio Deo Patri, et Filio, et Spiritui Sancto; et hæc benedictio maneat super hanc domum et super habitantes in ea nunc et in omnia sæcula sæculorum.


R. Amen


(Oremos:


Bende†cid Señor, Dios Todopoderoso, esta casa: para que resida en ella la salud, la castidad, la prosperidad, la virtud, la humildad y la mansedumbre, la plenitud de la ley y de la acción de gracias a Dios Padre y el Hijo y el Espíritu Santo; y que esta bendición permanezca en esta casa y sobre los que la habitan, ahora y por todos los siglos.


R: Amén)






2.- Bendición de la Imagen del Sagrado Corazón


(Cuando el sacerdote no puede asistir a la ceremonia, se hace bendecir antes la imagen). A la hora fijada para la ceremonia, todos, padres, hijos y también invitados se reúnen en la sala de estar.


El lugar reservado para la imagen del Sagrado Corazón se prepara, en forma de un pequeño altar familiar. La imagen del Sagrado Corazón se arma sobre una mesa cubierta con un mantel y adornada con velas y flores. Se prepara un recipiente con agua bendita. La familia se arrodilla ante la imagen. El sacerdote, revestido de sobrepelliz y de estola, comienza por bendecir la imagen.


V. Adjutorium nostrum in nomine Domini (Nuestro auxilio está en el nombre del Señor.)


R. Qui fecit cælum et terram (Que hizo el cielo y la tierra)


V. Dominus vobiscum (El Señor esté con vosotros)


R. Et cum spiritu tuo (Y con tu espíritu)


Oremus:


Omnipotents sempiterne Deus, qui Sanctorum tuorum imagines sculpi aut pingi non reprobas, ut quotis illas oculis corporis intuemur, toties eorum actus et sanctitatem ad imitandum memoriæ ocultis meditemur hanc quæsumus, Imaginem (seu sculpturam) in honorem et memoriam Sacratissimi Cordis Unigeniti Filii tiu Domini nostri Jesu Christi adaptatam, bene†dicere et sancti†ficare digneris; et præsta, ut quicumque coram illa Cor Sacratissimum Unigeniti Filii tui suppliciter colere et honorare studuerit, illus meritis et obtentu, a te gratiam in præsenti, et æternam gloriam obtineat in futurum. Per Christum Dominum nostrum.


R. Amen


(Oremos:


Dios Omnipotente y Eterno, que no desapruebas ver que esculpamos o pintemos imágenes de Tus Santos, porque cada vez que las vemos con los ojos del cuerpo, meditamos sobre su santidad y sus actos con los ojos de la memoria; dígnate ben†decir y santi†ficar, Te lo pedimos, esta imagen (o escultura) preparada en honor y memoria del Santísimo Corazón de Tu Hijo Unigénito, Nuestro Señor Jesucristo; y concede a quienes se esfuercen en honrar y adorar suplicantes este Santísimo Corazón de Tu Hijo Unigénito, por su intercesión y sus méritos obtengan la gracia en la vida presente y la gloria eterna en el futuro. Por Cristo Nuestro Señor.


R. Amén)


Luego, el sacerdote rocía con agua bendita la imagen.


3.- Recitación del Credo


Luego de la bendición, para rendir un testimonio explícito de la fe de la familia, todos recitan de pie, en alta voz, el Símbolo de los Apóstoles.


Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra...




4.- Sermón del sacerdote


El sacerdote recuerda:


- la profunda significación de la entronización


- la vida cristiana de sumisión, de confianza y de amor que el Sagrado Corazón espera de las familias que le rinden este homenaje;


- las bendiciones especiales y sobrenaturales de que son objeto si ellas son fieles a sus compromisos;


- el gran deber de la familia de renovar frecuentemente la consagración como oración familiar, con preferencia durante la oración de la noche en común.




5.- Acto de Consagración de la Familia al Sagrado Corazón


Esta formula, aprobada por San Pío X el 19 de mayo de 1908, es la requerida para ganar las indulgencias, y no puede ser modificada. La reza de rodillas el sacerdote y la familia. Cuando el sacerdote no está presente, será dirigida por el jefe de familia.


Sagrado Corazón de Jesús, Tú que has manifestado a Santa Margarita el deseo de reinar sobre las familias cristianas, venimos hoy a proclamar Tu Reinado más absoluto sobre la nuestra. Queremos vivir en delante de Tu vida, queremos hacer florecer en nuestro corazón, las virtudes por las cuales Tú has prometido la paz aquí abajo, queremos arrojar lejos de nosotros, el espíritu mundano que Tú has maldecido.


Tú reinarás sobre nuestras inteligencias, por la sencillez de nuestra fe. Tú reinarás sobre nuestros corazones, por el amor sin reserva, que se consumirá por Ti, y del que nosotros mantendremos la llama, con la recepción frecuente de Tu divina Eucaristía.


Dígnate, divino Corazón, presidir nuestras reuniones, bendecir nuestras empresas espirituales y temporales, alejar nuestras inquietudes, santificar nuestras alegrías, aliviar nuestras penas.


Si alguno de entre nosotros tiene la desgracia de afligirte, recuérdale, Corazón de Jesús, que Tú eres bueno y misericordioso para con el pecador penitente. Y cuando llegue la hora de la separación, cuando la muerte venga a traer duelo en medio de nosotros, estaremos todos, los que parten y los que quedan, sometidos a Tus decretos eternos. Nos consolaremos con el pensamiento, que llegará un día en el cual la familia, reunida en el Cielo, podrá cantar eternamente, Tus glorias y Tus beneficios.


Corazón Inmaculado de María, glorioso Patriarca San José, dígnense presentar esta consagración, y nosotros recordarla todos los días de nuestra vida. ¡Viva el Corazón de Jesús, nuestro Rey y nuestro Padre!


La oración siguiente, de uso primitivo, puede ser recitada en otras Ocasiones.


Señor Jesús, dígnate visitar esta casa en compañía de Tu Santa Madre, y derrama, sobre los dichosos habitantes de este hogar, las gracias que Tu has prometido a las familias especialmente consagradas a Tu divino Corazón. Tu mismo, Salvador del mundo, que Te revelaste a Tu sierva Santa Margarita María, has pedido, con un fin misericordioso, un solemne homenaje de amor universal a Tu divino Corazón, que ha amado tanto a los hombres y que tan poco fue amado.


Esta familia se dispone responder a Tu llamado, y en reparación del abandono y de la apostasía de tantas almas viene, Divino Corazón a proclamarte amado soberano, y consagrarte sin vuelta las alegrías, los trabajos y las tristezas, el presente y el futuro de este hogar, que quiere en adelante pertenecer sólo a Ti.


Bendice pues a los que están aquí presentes; bendice también a los que, por la voluntad del Cielo, la muerte nos ha arrebatado; bendice, Jesús, a los ausentes. En nombre de la Virgen María, te suplicamos, Corazón lleno de amor, Te dignes establecer en esta casa el reinado de la Caridad.


Derrama en todos sus miembros Tu espíritu de fe. de santidad y de pureza. Sé el único Maestro de estas almas, sepáralas del mundo y de sus locas vanidades.


Abre, Señor, la adorable herida de Tu Corazón tan misericordioso; y como un Arca de Salvación, guárdalos a todos, pues ellos son tuyos hasta la Vida eterna.


Que siempre viva amado, bendecido y glorificado entre nosotros el Corazón triunfante de Jesús. Amén.


6. Oración por los difuntos y los ausentes de la familia


Nadie debe faltar al hogar en este día tan solemne, en esta hora bendita; evoquemos el recuerdo y la presencia de los queridos difuntos de la familia, y recemos por ellos, y por los ausentes, un Pater y un Ave.


Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre,...


Dios te salve, María...


V. Que las almas de nuestros queridos difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.


R. Amén.


V. Santifica, Señor, a los que se entregan a Tu servicio.


R. Y a todos los que en Ti esperan.


7.- Consagración de los niños al Sagrado Corazón de Jesús (ad libitum)


Si los niños están presentes, pueden entonces recitar juntos la oración siguiente:


Sagrado Corazón de Jesús./ Corazón de nuestro mejor Amigo y muy amado Rey./ Tu has levantado Tu trono en esta casa/ para permanecer con nosotros para siempre./ A nosotros, los niños, se aplica tu primer llamado:/ "Dejad que los niños vengan a Mí" has dicho./ Aquí estamos, Sagrado Corazón de Jesús, arrodillados a Tus pies/ y te prometemos ser en adelante/ tan obedientes y respetuosos como has sido/ cerca de tus santos padres/ en la casita de Nazaret,/ a fin de crecer en piedad y en sabiduría como en edad.


Corazón muy amado de Jesús,/ Tú quieres también poseer nuestros corazones,/ pues dices:/ "Mi hijo, dame tu corazón",/ Tú quieres permanecer solo en nuestros corazones,/ y nosotros debemos por nuestro amor,/ consolarte/ por todos los que no Te conocen y no quieren amarte./ Mi dulce Jesús, divino Amigo de los niños/recibe nuestro corazón, hazlo puro, santo y dichoso,/ recibe también nuestro cuerpo y nuestra alma con todas sus fuerzas./ Nos consagramos a Ti enteramente y para siempre./ Sé Tu solo nuestro Rey/ todos nuestros pensamientos y nuestras palabras, nuestras acciones y nuestras penas/ Te las consagramos a Ti, nuestro Amigo y nuestro Rey.


¡Todo por Ti, Sagrado Corazón de Jesús!


N.B. En lugar de esta oración, los niños pueden recitar un poema o entonar un canto en honor del Sagrado Corazón.


8.- Entronización de la Imagen del Sagrado Corazón


Luego el jefe de familia, o su representante, coloca la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en el lugar de honor a fin de rendir homenaje a la soberanía de amor de Jesucristo en todas partes despreciada.






9.- Oración de Acción de Gracias de la familia después del acto de la Entronización


Toda la familia recita la oración siguiente:


Gloria al Sagrado Corazón de Jesús por la misericordia infinita que El ha dispensado a sus dichosos servidores, los miembros de este hogar, que El ha elegido entre miles, como herencia de amor y santuario de reparación, donde se lo compensará por la ingratitud de los hombres.


Con que piadosa emoción, Jesús, este pequeño rebaño fiel acepta el insigne honor de verte presidir nuestra familia. ¡Cómo Te adora en silencio, y se alegra de verte compartir bajo el mismo techo, las fatigas, las inquietudes y las alegrías inocentes de Tus hijos! No somos dignos, es verdad, de que Tu entres en este humilde techo; pero Tu ya has pronunciado la palabra que nos fortalece, y dado que nos revelaste la belleza de Tu Santísimo Corazón, nuestras almas que tienen sed de Ti, han encontrado en la herida de Tu costado, buen Jesús, las aguas vivas que brotan hasta la vida eterna.


Así pues, arrepentidos y confiados, venimos a entregarnos a Ti, que eres el camino seguro. Permanece entre nosotros, Corazón tres veces santo, pues sentimos la irresistible necesidad de amarte y hacerte amar. Tu eres la zarza ardiente, que debe abrasar al mundo para purificarlo. Sí, que esta casa sea para Ti un asilo tan dulce como el de Betania, donde puedas encontrar descanso cerca de quienes Te aman, que han elegido la mejor parte en la felicidad intima de Tu Corazón. Que esta casa sea, amado Salvador, durante el exilio que Te infligen tus enemigos, un humilde pero hospitalario refugio, semejante a aquel de Egipto. Ven, Señor Jesús, ven, pues aquí, como en Nazaret, se ama con un tierno amor a la Virgen María, esta dulce Madre que Tú mismo nos has dado. Ven a ocupar con Tu dulce presencia los vacíos que la desgracia y la muerte han dejado entre nosotros. Amigo fiel, si Tú hubieses estado aquí en las horas tristes de dolor y de duelo, nuestras lágrimas habrían sido menos amargas, habríamos sentido el bálsamo saludable sobre estas secretas heridas que sólo Tú conoces... Ven, pues ya se acerca para nosotros la tarde angustiosa de los pesares y declina el día fugitivo de nuestra juventud y de nuestras ilusiones. Quédate con nosotros, pues ya se hace tarde y el mundo perverso nos quiere envolver con la sombra de sus negaciones, mientras que nosotros queremos estar junto a Ti, porque sólo Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida.


Permíteme escuchar, Jesús, estas palabras de otros tiempos: "porque hoy es necesario que Yo me hospede en tu casa" (S. Lucas XIX, 5).


Sí, Señor, establece aquí Tu morada para que vivamos de Tu amor y con Tu compañía, nosotros que Te proclamamos nuestro Rey, pues no queremos a ningún otro mas que a Ti.


Amado, bendito, glorificado, sea para siempre en este hogar, el Corazón triunfante de Jesús. Venga a nosotros Su Reino. Amén.


Sagrado Corazón de Jesús, venga a nosotros Tu Reino (tres veces).


Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros.


San José, ruega por nosotros.


San Pío X, ruega por nosotros.


Santa Margarita María, ruega por nosotros.


Viva el Sagrado Corazón de Jesús, por los siglos de los siglos . Amén.






10.- Homenaje al Corazón Inmaculado de María


Para agradecer al Corazón de María la gracia de la entronización que Jesús concede por Ella a la familia y para proclamar a esta buena Madre Reina del hogar, se reza o se canta el Salve Regina. Se puede reemplazar, si se desea, con el acto de Consagración.


Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; vida, dulzura.............


V. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios.


R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.






Acto de Consagración de la familia al Corazón Inmaculado de María


Corazón Inmaculado de María, Madre del Corazón de Jesús, Madre y Reina de nuestro hogar, por conformarnos a Tu deseo ardiente, nosotros nos consagramos a Ti y Te suplicamos reinar en nuestra familia.


Reina sobre cada uno de nosotros, y enséñanos como podemos hacer reinar y triunfar el Corazón Sagrado de Tu divino Hijo en nosotros y en nuestro alrededor, como ha reinado y triunfado en Ti y por Ti.


Reina sobre nosotros, Madre bienamada, para que seamos tuyos tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la alegría como en la pena, en la salud como en la enfermedad, en la vida y como en la muerte.


Corazón tan compasivo de María, Reina de las Vírgenes, vela sobre nuestros espíritus y sobre nuestros corazones y presérvalos del torrente de orgullo y de impureza por el cual Tú te condueles tan amargamente. Nosotros deseamos reparar los crímenes tan numerosos cometidos contra Jesús y contra Ti. Nosotros queremos convocar sobre nuestro hogar, sobre los hogares de nuestra Patria y del mundo entero, la paz de Cristo en la justicia y en la caridad.


He ahí por qué prometemos imitar Tus virtudes, por la práctica de una vida cristiana, por la comunión frecuente y ferviente, sin tener en cuenta el respeto humano. Nosotros aceptamos, en adelante, los sacrificios que esta vida cristiana nos impone y los ofrecemos al Corazón de Jesús por tu Corazón Inmaculado, en espíritu de reparación y de penitencia. A los Corazones Sagrados de Jesús y de María, amor, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.






11.- Bendición del sacerdote


El sacerdote bendice a los asistentes con la fórmula siguiente:


Que la Bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y permanezca para siempre.


El sacerdote y la familia firman el Documento de la Entronización. Este hermoso diploma se conserva con los recuerdos de familia, o enmarcado se coloca cerca del Sagrado Corazón.






III. RENOVACION DE LA CONSAGRACION DE LA FAMILIA AL SAGRADO CORAZON


Rezar cada día en común, si fuese posible, la consagración breve que sigue a continuación:


Acto de Renovación de la Consagración.


(200 días de indulgencia una vez al día cuando la familia reunida recita esta oración, Cardenal Mercier, 16 de enero de 1913)


Dulcísimo Salvador, arrodillados humildemente a Tus pies, renovamos la consagración de nuestra familia a Tu divino Corazón. Sé hoy nuestro Rey; tenemos en Ti plena confianza; que Tu espíritu impregne nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras palabras y nuestras obras; bendice nuestras empresas; toma parte en nuestros juegos, en nuestras pruebas, en nuestros trabajos; concédenos el conocerte mejor, el amarte más, el servirte sin desfallecer. Que de un extremo al otro de la tierra resuene esta exclamación: "¡Que sea amado, bendito y glorificado hoy y siempre el Corazón triunfante de Jesús!". Amén.


(De la muy recomendable página "Devoción Católica")

3/3/11

EL REINADO SOCIAL DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

CARTA ENCÍCLICA
QUAS PRIMAS
DEL SUMO PONTÍFICE PÍO XI
SOBRE LA FIESTA DE CRISTO REY

En la primera encíclica, que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano.
Y en ella proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.
La «paz de Cristo en el reino de Cristo»
1. Por lo cual, no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que, además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible nos fuese. En el reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.
2. Entre tanto, no dejó de infundirnos sólida, esperanza de tiempos mejores la favorable actitud de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia, única que puede salvarlos; actitud nueva en unos, reavivada en otros, de donde podía colegirse que muchos que hasta entonces habían estado como desterrados del reino del Redentor, por haber despreciado su soberanía, se preparaban felizmente y hasta se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia.
Y todo cuanto ha acontecido en el transcurso del Año Santo, digno todo de perpetua memoria y recordación, ¿acaso no ha redundado en indecible honra y gloria del Fundador de la Iglesia, Señor y Rey Supremo?
«Año Santo»
3. Porque maravilla es cuánto ha conmovido a las almas la Exposición Misional, que ofreció a todos el conocer bien ora el infatigable esfuerzo de la Iglesia en dilatar cada vez más el reino de su Esposo por todos los continentes e islas aun, de éstas, las de mares los más remotos, ora el crecido número de regiones conquistadas para la fe católica por la sangre y los sudores de esforzadísimos e invictos misioneros, ora también las vastas regiones que todavía quedan por someter a la suave y salvadora soberanía de nuestro Rey.
Además, cuantos en tan grandes multitudes durante el Año Santo han venido de todas partes a Roma guiados por sus obispos y sacerdotes, ¿qué otro propósito han traído sino postrarse, con sus almas purificadas, ante el sepulcro de los apóstoles y visitarnos a Nos para proclamar que viven y vivirán sujetos a la soberanía de Jesucristo?
4. Como una nueva luz ha parecido también resplandecer este reinado de nuestro Salvador cuando Nos mismo, después de comprobar los extraordinarios méritos y virtudes de seis vírgenes y confesores, los hemos elevado al honor de los altares, ¡Oh, cuánto gozo y cuánto consuelo embargó nuestra alma cuando, después de promulgados por Nos los decretos de canonización, una inmensa muchedumbre de fieles, henchida de gratitud, cantó el Tu, Rex gloriae Christe en el majestuoso templo de San Pedro!
Y así, mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de levantar hasta la eterna bienaventuranza del reino celestial a cuantos le obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra.
5. Asimismo, al cumplirse en el Año Jubilar el XVI Centenario del concilio de Nicea, con tanto mayor gusto mandamos celebrar esta fiesta, y la celebramos Nos mismo en la Basílica Vaticana, cuanto que aquel sagrado concilio definió y proclamó como dogma de fe católica la consustancialidad del Hijo Unigénito con el Padre, además de que, al incluir las palabras cuyo reino no tendrá fin en su Símbolo o fórmula de fe, promulgaba la real dignidad de Jesucristo.
Habiendo, pues, concurrido en este Año Santo tan oportunas circunstancias para realzar el reinado de Jesucristo, nos parece que cumpliremos un acto muy conforme a nuestro deber apostólico si, atendiendo a las súplicas elevadas a Nos, individualmente y en común, por muchos cardenales, obispos y fieles católicos, ponemos digno fin a este Año Jubilar introduciendo en la sagrada liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey. Y ello de tal modo nos complace, que deseamos, venerables hermanos, deciros algo acerca del asunto. A vosotros toca acomodar después a la inteligencia del pueblo cuanto os vamos a decir sobre el culto de Cristo Rey; de esta suerte, la solemnidad nuevamente instituida producirá en adelante, y ya desde el primer momento, los más variados frutos.
I. LA REALEZA DE CRISTO

6. Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad(1) y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie entre todos los nacidos ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino(2); porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.
a) En el Antiguo Testamento
7. Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.
Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob(3); el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra(4). El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los siglos; el cetro de su reino es cetro de rectitud(5). Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra(6).
8. A este testimonio se añaden otros, aún más copiosos, de los profetas, y principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre(7). Lo mismo que Isaías vaticinan los demás profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en la tierra(8). Así Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido..., permanecerá eternamente(9); y poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y diole éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible(10). Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas(11), ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?
b) En el Nuevo Testamento
9. Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey que hemos entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada.
En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin(12), es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey(13) y públicamente confirmó que es Rey(14), y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra(15). Con las cuales palabras, ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra(16), y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan(17). Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas(18), menester es que reine Cristo hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos(19).
c) En la Liturgia
10. De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los reyes.
Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la creencia.
d) Fundada en la unión hipostática
11. Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza(20). Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.
e) Y en la redención
12. Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha(21). No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande(22); hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo(23).

II. CARÁCTER DE LA REALEZA DE CRISTO
a) Triple potestad
13. Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las Sagradas Escrituras, acerca del imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer(24). Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad(25). El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo(26). En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.
b) Campo de la realeza de Cristo
a) En Lo espiritual
14. Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este reino es principalrnente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efeeto, en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana imaginación y esperanza. Asimisrno, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración, le rodeaba, El rehusó tal títuto de honor huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del gobernador romano manifestó que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los evangelios con tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la fe y el bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos no sólo que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofreciéndose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados del mundo, ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?
b) En lo temporal
15. Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confiríó un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.
Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales(27). Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano(28).
c) En los individuos y en la sociedad
16. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos(29).
El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos(30). No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo lamentábamos de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido»(31).
17. En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis haceros siervos de los hombres(32).
18. Y si los príncípes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
19. En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen, sino a servir; que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.
¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente diremos con las mismas palabras de nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los obispos del orbe católico, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre(33).
III. LA FIESTA DE JESUCRISTO REY
20. Ahora bien: para que estos inapreciables provechos se recojan más abundantes y vivan estables en la sociedad cristiana, necesario es que se propague lo más posible el conocimiento de la regia dignidad de nuestro Salvador, para lo cual nada será más dtcaz que instituir la festividad propia y peculiar de Cristo Rey.
Las fiestas de la Iglesia
Porque para instruir al pueblo en las cosas de la fe y atraerle por medio de ellas a los íntimos goces del espíritu, mucho más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio.
Estas sólo son conocidas, las más veces, por unos pocos fieles, más instruidos que los demás; aquéllas impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas digámoslo así hablan una sola vez, aquéllas cada año y perpetuamente; éstas penetran en las inteligencias, a los corazones, al hombre entero. Además, como el hombre consta de alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover necesariamente las solemnidades externas de los días festivos, que por la variedad y hermosura de los actos litúrgicos aprenderá mejor las divinas doctrinas, y convirtiéndolas en su propio jugo y sangre, aprovechará mucho más en la vida espiritual.
En el momento oportuno
21. Por otra parte, los documentos históricos demuestran que estas festividades fueron instituidas una tras otra en el transcurso de los siglos, conforme lo iban pidiendo la necesidad y utilidad del pueblo cristiano, esto es, cuando hacía falta robustecerlo contra un peligro común, o defenderlo contra los insidiosos errores de la herejía, o animarlo y encenderlo con mayor frecuencia para que conociese y venerase con mayor devoción algún misterio de la fe, o algún beneficio de la divina bondad. Así, desde los primeros siglos del cristianismo, cuando los fieles eran acerbísimamente perseguidos, empezó la liturgia a conmemorar a los mártires para que, como dice San Agustín, las festividades de los mártires fuesen otras tantas exhortaciones al martirio(34). Más tarde, los honores litúrgicos concedidos a los santos confesores, vírgenes y viudas sirvieron maravillosamente para reavivar en los fieles el amor a las virtudes, tan necesario aun en tiempos pacíficos. Sobre todo, las festividades instituidas en honor a la Santísima Virgen contribuyeron, sin duda, a que el pueblco cristiano no sólo enfervorizase su culto a la Madre de Dios, su poderosísima protectora, sino también a que se encendiese en más fuerte amor hacia la Madre celestial que el Redentor le había legado como herencia. Además, entre los beneficios que produce el público y legítimo culto de la Virgen y de los Santos, no debe ser pasado en silencio el que la Iglesia haya podido en todo tiempo rechazar victoriosamente la peste de los errores y herejías.
22. En este punto debemos admirar los designios de la divina Providencia, la cual, así como suele sacar bien del mal, así también permitió que se enfriase a veces la fe y piedad de los fieles, o que amenazasen a la verdad católica falsas doctrinas, aunque al cabo volvió ella a resplandecer con nuevo fulgor, y volvieron los fieles, despertados de su letargo, a enfervorizarse en la virtud y en la santidad. Asimismo, las festividades incluidas en el año litúrgico durante los tiempos modernos han tenido también el mismo origen y han producido idénticos frutos. Así, cuando se entibió la reverencia y culto al Santísimo Sacramento, entonces se instituyó la fiesta del Corpus Christi, y se mandó celebrarla de tal modo que la solemnidad y magnificencia litúrgicas durasen por toda la octava, para atraer a los fieles a que veneraran públicamente al Señor. Así también, la festividad del Sacratísimo Corazón de Jesús fue instituida cuando las almas, debilitadas y abatidas por la triste y helada severidad de los jansenistas, habíanse enfriado y alejado del amor de Dios y de la confianza de su eterna salvación.
Contra el moderno laicismo
23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperío de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.
24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.
La fiesta de Cristo Rey
25. Nos anima, sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo Rey, que se celebrará en seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad. Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.
Además, para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.
Continúa una tradición
26. ¿Y quién no echa de ver que ya desde fines del siglo pasado se preparaba maravillosamente el camino a la institución de esta festividad? Nadie ignora cuán sabia y elocuentemente fue defendido este culto en numerosos libros publicados en gran variedad de lenguas y por todas partes del mundo; y asimismo que el imperio y soberanía de Cristo fue reconocido con la piadosa práctica de dedicar y consagrar casi innumerables familias al Sacratísimo Corazón de Jesús. Y no solamente se consagraron las familias, sino también ciudades y naciones. Más aún: por iniciativa y deseo de León XIII fue consagrado al Divino Corazón todo el género humano durante el Año Santo de 1900.
27. No se debe pasar en silencio que, para confirmar solemnemente esta soberanía de Cristo sobre la sociedad humana, sirvieron de maravillosa manera los frecuentísimos Congresos eucarísticos que suelen celebrarse en nuestros tiempos, y cuyo fin es convocar a los fieles de cada una de las diócesis, regiones, naciones y aun del mundo todo, para venerar y adorar a Cristo Rey, escondido bajo los velos eucarísticos; y por medio de discursos en las asambleas y en los templos, de la adoración, en común, del augusto Sacramento públicamente expuesto y de solemnísimas procesiones, proclamar a Cristo como Rey que nos ha sido dado por el cielo. Bien y con razón podría decirse que el pueblo cristiano, movido como por una inspiración divina, sacando del silencio y como escondrijo de los templos a aquel mismo Jesús a quien los impíos, cuando vino al mundo, no quisieron recibir, y llevándole como a un triunfador por las vías públicas, quiere restablecerlo en todos sus reales derechos.
Coronada en el Año Santo
28. Ahora bien: para realizar nuestra idea que acabamos de exponer, el Año Santo, que toca a su fin, nos ofrece tal oportunidad que no habrá otra mejor; puesto que Dios, habiendo benignísimamente levantado la mente y el corazón de los fieles a la consideración de los bienes celestiales que sobrepasan el sentido, les ha devuelto el don de su gracia, o los ha confirmado en el camino recto, dándoles nuevos estímulos para emular mejores carismas. Ora, pues, atendamos a tantas súplicas como los han sido hechas, ora consideremos los acontecimientos del Año Santo, en verdad que sobran motivos para convencernos de que por fin ha llegado el día, tan vehementemente deseado, en que anunciemos que se debe honrar con fiesta propia y especial a Cristo como Rey de todo el género humano.
29. Porque en este año, como dijimos al principio, el Rey divino, verdaderamente admirable en sus santos, ha sido gloriosamente magnificado con la elevación de un nuevo grupo de sus fieles soldados al honor de los altares. Asimismo, en este año, por medio de una inusitada Exposición Misional, han podido todos admirar los triunfos que han ganado para Cristo sus obreros evangélicos al extender su reino. Finalmente, en este año, con la celebración del centenario del concilio de Nicea, hemos conmemorado la vindicación del dogma de la consustancialidad del Verbo encarnado con el Padre, sobre la cual se apoya como en su propio fundamento la soberanía del mismo Cristo sobre todos los pueblos.
Condición litúrgica de la fiesta
30. Por tanto, con nuestra autoridad apostólica, instituimos la fiesta de nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos. Asimismo ordenamos que en ese día se renueve todos los años la consagración de todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X, mandó recitar anualmente.
Este año, sin embargo, queremos que se renueve el día 31 de diciembre, en el que Nos mismo oficiaremos un solemne pontifical en honor de Cristo Rey, u ordenaremos que dicha consagración se haga en nuestra presencia. Creemos que no podemos cerrar mejor ni más convenientemente el Año Santo, ni dar a Cristo, Rey inmortal de los siglos, más amplio testimonio de nuestra gratitud con lo cual interpretamos la de todos los católicos por los beneficios que durante este Año Santo hemos recibido Nos, la Iglesia y todo el orbe católico.
31. No es menester, venerables hermanos, que os expliquemos detenidamente los motivos por los cuales hemos decretado que la festividad de Cristo Rey se celebre separadamente de aquellas otras en las cuales parece ya indicada e implícitamente solemnizada esta misma dignidad real. Basta advertir que, aunque en todas las fiestas de nuestro Señor el objeto material de ellas es Cristo, pero su objeto formal es enteramente distinto del título y de la potestad real de Jesucristo. La razón por la cual hemos querido establecer esta festividad en día de domingo es para que no tan sólo el clero honre a Cristo Rey con la celebración de la misa y el rezo del oficio divino, sino para que también el pueblo, libre de las preocupaciones y con espíritu de santa alegría, rinda a Cristo preclaro testimonio de su obediencia y devoción. Nos pareció también el último domingo de octubre mucho más acomodado para esta festividad que todos los demás, porque en él casi finaliza el año litúrgico; pues así sucederá que los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey, y antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de aquel que triunfa en todos los santos y elegidos. Sea, pues, vuestro deber y vuestro oficio, venerables hermanos, hacer de modo que a la celebración de esta fiesta anual preceda, en días determinados, un curso de predicación al pueblo en todas las parroquias, de manera que, instruidos cuidadosamente los fieles sobre la naturaleza, la significación e importancia de esta festividad, emprendan y ordenen un género de vida que sea verdaderamente digno de los que anhelan servir amorosa y fielmente a su Rey, Jesucristo.
Con los mejores frutos
32. Antes de terminar esta carta, nos place, venerables hermanos, indicar brevemente las utilidades que en bien, ya de la Iglesia y de la sociedad civil, ya de cada uno de los fieles esperamos y Nos prometemos de este público homenaje de culto a Cristo Rey.
a) Para la Iglesia
En efecto: tríbutando estos honores a la soberanía real de Jesucristo, recordarán necesariamente los hombres que la Iglesia, como sociedad perfecta instituida por Cristo, exige por derecho propio e imposible de renuncíarplena libertad e independencia del poder civil; y que en el cumplimiento del oficio encomendado a ella por Dios, de enseñar, regir y conducir a la eterna felicidad a cuantos pertenecen al Reino de Cristo, no pueden depender del arbitrio de nadie.
Más aún: el Estado debe también conceder la misma libertad a las órdenes y congregaciones religiosas de ambos sexos, las cuales, siendo como son valiosísimos auxiliares de los pastores de la Iglesia, cooperan grandemente al establecimiento y propagación del reino de Cristo, ya combatiendo con la observación de los tres votos la triple concupiscencia del mundo, ya profesando una vida más perfecta, merced a la cual aquella santidad que el divino Fundador de la Iglesia quiso dar a ésta como nota característica de ella, resplandece y alumbra, cada día con perpetuo y más vivo esplendor, delante de los ojos de todos.
b) Para la sociedad civil
33. La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.
A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del juicio final, cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado de la gobernación del Estado cuanto también aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectítud de costumbres. Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.
c) Para los fieles
34. Porque si a Cristo nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre, están sujetos por un nuevo título a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía. Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los efectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estar unido; es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios(35), deben servir para la interna santificación del alma. Todo lo cual, si se propone a la meditación y profunda consideración de los fieles, no hay duda que éstos se inclinarán más fácilmente a la perfección.
35. Haga el Señor, venerables hermanos, que todos cuantos se hallan fuera de su reino deseen y reciban el suave yugo de Cristo; que todos cuantos por su misericordia somos ya sus súbditos e hijos llevemos este yugo no de mala gana, sino con gusto, con amor y santidad, y que nuestra vida, conformada siempre a las leyes del reino divino, sea rica en hermosos y abundantes frutos; para que, siendo considerados por Cristo como siervos buenos y fieles, lleguemos a ser con El participantes del reino celestial, de su eterna felicidad y gloria.
Estos deseos que Nos formulamos para la fiesta de la Navidad de nuestro Señor Jesucristo, sean para vosotros, venerables hermanos, prueba de nuestro paternal afecto; y recibid la bendición apostólica, que en prenda de los divinos favores os damos de todo corazón, a vosotros, venerables hermanos, y a todo vuestro clero y pueblo.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de diciembre de 1925, año cuarto de nuestro pontificado.

Notas
1. Ef 3,19.
2. Dan 7,13-14.
3. Núm 24,19.
4. Sal 2.
5. Sal 44.
6. Sal 71.
7. Is 9,6-7.
8. Jer 23,5.
9. Dan 2,44.
10. Dan 7 13-14.
11. Zac 9,9.
12. Lc 1,32-33.
13. Mt 25,31-40.
14. Jn 18,37.
15. Mt 28,18.
16. Ap 1,5.
17. Ibíd., 19,16.
18. Heb 1,1.
19. 1 Cor 15,25.
20. In Luc. 10.
21. 1 Pt 1,18-19.
22. 1 Cor 6,20.
23. Ibíd., 6,15.
24. Conc. Trid., ses.6 c.21.
25. Jn 14,15; 15,10.
26. Jn 5,22.
27. Himno Crudelis Herodes, en el of. de Epif.
28. Enc. Annum sacrum, 25 mayo 1899.
29. Hech 4,12.
30. S. Agustín, Ep. ad Macedonium c.3
31. Enc. Ubi arcano.
32. 1 Cor 7,23.
33. Enc. Annum sacrum, 25 mayo 1899.
34. Sermón 47: De sanctis.
35. Rom 6,13.